En esta crisis de salud pública, muchos de nosotros padres estamos en aguas desconocidas, trabajando desde nuestras casas y educando a nuestros hijos a la vez. El problema es que ya me estoy ahogando. Y estoy segura que muchos de ustedes se sienten igual. ¿Cuántos papás y mamás pasaron este fin de semana pasado intentando alternar entre trabajar y educar a los hijos y fallaron en el intento? Mi horario estaba establecido, el temporizador estaba programado para sonar cada hora, los sitios web educativos estaban marcados y los problemas de matemáticas estaban escritos y listos para ser solucionados. Lo que no consideré: el periodo de concentración de mi hija y mi propia falta de entusiasmo respecto enseñar.
¿Esa hoja de ejercicios de matemáticas que debería haber tomado una hora para completar? Hecha en 10 minutos. ¿Escribir a máquina mientras mi hija lee el libro en su tableta? Cero. Y mi FRACASO MAMÁ más grande: hacer cumplir ese importantísimo límite diario de dos horas de tiempo viendo videos. ¿Qué puedo decir? Ella estaba silenciosa y yo estaba completando tareas—a mi modo de ver, era una situación en la que todas ganan.
He decidido no ser tan dura con mi mismo, y tú debes hacer lo mismo. Para mantener el equilibrio entre el trabajo y la educación, lo mejor sería un programa relajado que se adapte a nuestra jornada, tomándose la vida con calma. Una lección que los padres—especialmente los padres de niños con discapacidad—han aprendido muy bien.
Entonces, en vez de pensar que nuestra primera semana fue un fracaso, estoy interpretándola de otra manera. ¿Salió como la planifiqué? No. ¿Es poco realista imaginar que los padres pueden mantener un trabajo y convertirse en maestros, mientras seguimos siendo padres, cuidando el hogar y cuidando a nosotros mismos? ¡SÍ! Todos nosotros estamos haciendo lo mejor que podemos. Cuando un plan no sale como esperábamos, no es un fracaso, sino un indicio que necesitamos cambiar nuestro enfoque. Estamos aprendiendo. Nuestros hijos están aprendiendo. Hagámoslo juntos.